1995 hacía apenas cinco meses que me había
incorporado a una empresa del sector óptico. Recuerdo perfectamente cuando me
dijeron que había sido la elegida en el proceso de selección. Era un 30 de
diciembre de 1994 y yo estaba en Formigal.
Quería empezar el año de una forma
única. Como todos hacemos al inicio del año. Nuevos propósitos nuevos
objetivos.
Cuatro días antes el 26 de diciembre, yo estaba en
pleno proceso de búsqueda de empleo. Aquella mañana a las 9:30 en el Hotel
Melia de Alicante tuve mi primera entrevista. Era para una empresa de lentes
oftálmicas. Cuando la finalicé, me marche a la cafetería del hotel, pues a las
11, en el mismo hall del mismo hotel y en la misma sala tenía una segunda
entrevista, era para una empresa de visita veterinaria. Tras aquella entrevista
me marche al centro de Alicante a una entrevista con una conocida empresa de
seguros. A la 13:30 regrese al mismo hotel y al mismo hall. Tuve mi cuarta entrevista
con Philip Morris.
A las tres de la tarde me llamaron por teléfono los
de la primera empresa, querían una segunda entrevista. Una hora más tarde,
volvía al mismo hotel y al mismo hall. La pregunta no se hizo esperar “Disculpa
que te lo pregunte ¿en cuántos procesos de selección estas? Mi respuesta fue
directa, en todos los que puedo, estoy buscando trabajo y quiero trabajar”
Sabéis, ¿cuál de esas empresas me llamo para que me
incorporara el 2 de enero a trabajar? Me llamaron las tres. Las tres que
mantuve en el hall de aquel hotel.
Elegí la empresa que menos me pagaba y con más
trabas a nivel de desarrollo comercial. Me dijeron que el anterior había
realizado un trabajo nada bueno, y que los clientes estaban muy quemados. Que
no sería fácil y que apostaban por mí. Tal
como inicié esta historia, a los cinco meses llamé a mi jefe y le dije que
tiraba la toalla. El me respondió, la toalla no, has tirado el albornoz
completo. Le transmití, que no podía seguir trabajando no por las trabas y lo
mal que se encontraba la zona, sino porque yo no entendía bien como vender el
producto.
No entendía cómo podía dar respuesta a las
necesidades de un cliente cuando me preguntaban cosas técnicas y que no me
sentía cómoda no sabiendo vender el producto que tenía que vender.
Me preguntaron qué es lo que necesitaba y yo dije,
que aprender. Entender el producto. Saber explicarlo. Aquel lunes me marche a
Madrid, me metieron en la fábrica. Salí con otros vendedores. Aprendí de una
forma más plana todo lo que era físico y matemáticas. Y estuve en aquella
empresa el mayor tiempo que he trabajado para alguna otra. Seis años.
Lección 3:
Alinea querer, poder, saber. Si no
sabes aprende, si no puedes, busca la forma. Porque si no quieres, no habrá
nada que hacer.
Alinear
estas tres cosas, es complicado. Entender qué te aporta el hacerlo, es el
primer paso para seguir adelante. Porque seamos sinceros. Si identificamos
cuales son nuestras carencias, podremos poner remedio. Sin embargo si vamos por
la vida, divulgando nuestros sueños sin
sentido alguno, tal vez, solo tal vez, no consigamos ni siquiera llegar a
soñar.
Es necesario
ser prácticos. A veces nos ponemos objetivos y no miramos si realmente son
tangibles y alcanzables. Nos puede más el corazón, la necesidad o el
auto-engaño. Y puedo asegurar que el peor de todos, el más peligroso es el
último. El auto-engaño. Yo me he engañado tantas veces, que sus consecuencias,
las pagaré hasta el día que me marche de este mundo.
Cuando se
rompió mi primera sociedad, no fui consciente de la cantidad de endeudamiento
en la que me había metido. El auto-engaño fue desmesurado. A día de hoy todavía
estoy pagando las consecuencias.
En aquel momento
me fallaron dos de las tres premisas. No sabía y además económicamente no
podía. No sabía que era ser empresaria. Y no podía montar una empresa para
ricos con un capital inicial de 60’000€ que era una consultora y que sus costes
eran realmente reducidos. Pensarlo. Hoy con 60000€ montamos muchas pero muchas
cosas, en aquel entonces, no hicimos absolutamente nada que tuviera lógica.
Bueno si
puedo decir que de ese capital casi 25000€ fueron en formación, por lo que al
menos hubo algo que si hicimos bien. Vaya locura ¿no? Pues aquí estoy. Viva coleando, habiendo
fracasado. Y sinceramente, de esa etapa, no me arrepiento de nada. Me llevé
mucho más de lo que perdí, y puedo asegurar que perdí mucho, y no solo
económicamente.
También sufrí
muchísimo, porque tuve que enfrentarme a varias realidades. La primera, que lo
buena que era para los demás, no me lo demostré de la misma forma y con la
misma inteligencia a mí misma.
Dos, que las
empresas y los proyectos no entienden de amistad. Que una empresa no se monta
para cubrir sueños, ni tampoco para huir de realidades que no nos gustan. Una
empresa se monta con un fin, dar un servicio y ganar dinero. Todo lo demás son
tonterías.
Me sorprende
escuchar a gente que dice, “yo es que quiero ayudar a los demás” entonces no
montes una empresa, trabaja para una ONG, están muy necesitados.
O aquellos que
dicen, si tengo mi empresa, vendo caramelos, muebles o piruletas. Pero cuando
preguntas ¿Realmente cuánto te compran? o ¿Cuanto vendes? ¿Cuánto facturas a final de mes? ¿Estás
generando valor?
Porque si al
final de cada 30 días, durante un plazo acotado de tiempo no generas un
beneficio, algo no estás haciendo bien. Y no valen las escusas de los recursos,
el tiempo, o como sopla el viento.
El resultado
es que estás en una jaula como un hámster dando vueltas sin moverte del sitio.
Y lo peor de todo es que en breve estarás agotado, cansado, sin medios y en el
mismo sitio, en tu jaula, además de arruinado.
Así que cuando vayas a por algo que desees analiza estos tres
parámetros, tu querer, tu poder y tu saber. Cuando alguno falle, no te
preocupes es cuando comienza la oportunidad de generar aquello que se desea,
buscando soluciones y respuestas a aquello que te falta.
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