Decir que el sistema político actual goza de multitud de
grietas donde se fuga todo aquello en lo que se cree y entra todo lo que la sociedad
rechaza, no es una afirmación nueva.
Cada día me pregunto ¿a qué juegan los políticos? y sobre todo ¿saben o no saben jugar?
Una de las situaciones reales a las que se enfrentan
los políticos en activo y que no entran dentro de ese tanto por ciento
repudiado por la sociedad, valga decir que son más de los que creemos y menos
de los que deberían, es no saber jugar con las reglas del juego. No saber
implementar la política en la que creen con las normas que están establecidas,
aunque recalco estas no sean las más adecuadas para la sociedad de hoy.
Los políticos más ávidos son verdaderos maestros de
la estrategia. Saben reconocer las oportunidades y crear los escenarios
necesarios para generar una respuesta exitosa en base a sus objetivos. Normalmente
aquel que mantiene unas metas personales
claras es el que consigue llevarlas a cabo. Sin embargo aquellos que se
pierden en el objetivo general, aquellos que trabajan por metas generalistas se
topan con no entender el juego. Y de repente caen en la casilla de repudiados,
como en el Juego de la Oca, aunque aquí en política, no esperas tres turnos
para poder jugar de nuevo, aquí terminas en tu despacho hasta nuevas elecciones
y defenestrado en la siguiente lista.
La realidad manda. Y cabe preguntarse ¿qué
diferencia al político estratega con vocación política del político con solo
vocación? Pues que el primero comprende que las circunstancias sumadas a sus
respuestas producen el éxito en cualquier situación que se presente.
Es importante entender y conocer esta fórmula [Circunstancias
+ Respuestas = Éxito] sencilla aunque compleja de implementar. Las
circunstancias están fuera del control del estratega, sin embargo las
respuestas ante dichas circunstancias de una forma planificada con un conjunto
de actividades destinadas a conseguir el objetivo darán como resultado el
éxito.
El quiebro se encuentra siempre en que el político de
vocación desea que las circunstancias cambien para poder ejecutar su política y
el político estratega con las circunstancias que dispone genera respuestas que
le acercan a su objetivo. Es una labor más costosa, un camino más largo, sin
embargo el objetivo está bien marcado y definido y sus resultados le dan
oportunidad de mayor permanencia en el marco político.
Los políticos simplemente vocacionales terminan marchándose
de la política si antes el propio sistema no ha decidido por ellos que deben
abandonar. Las buenas intenciones en política no sirven si seguimos teniendo
listas cerradas. Necesitamos políticos que sepan jugar entre tierras movedizas
y que no caigan en la red engullidos hasta el fondo del propio sistema.
A lo largo de estos ocho años me he encontrado con
estas dos tipologías de políticos. He de decir que ambas entran dentro de
aquellos que la sociedad quiere y acepta. Cualquier otro que extralimite la línea
de lo políticamente correcto no solicitaría mis servicios de coaching pues se encontrarían
en frente de un corrupto que llevaría su propio nombre, y a nadie nos gusta
vernos nuestras vergüenzas.
He conocido políticos con pocos recursos haciendo mucho
y a otros políticos con mucho, haciendo lo menos posible. La diferencia es que
los primeros se cuestionan las cosas, se preguntan habitualmente como pueden
mejorar lo que ya tienen o como pueden optimizar para poder seguir creciendo en
su municipio o comunidad. También saben adaptarse, sacan el mayor partido a las
contrariedades y se ajustan a los cambios como grandes camaleones. Están
dispuestos a asumir riesgos y cada acción que toman está apoyada en la
siguiente, pues todas tienen una meta común.
Los políticos estrategas y vocacionales se conocen. Conocen perfectamente
sus debilidades y sus fortalezas y precisamente a partir de ellas saben cómo
aprovechar cada oportunidad que se les plantea. Además son convincentes. Saben que las
personas con las que se rodean son imprescindibles para su objetivo por ello
comparten su visión de las cosas con ellas y venden sus ideas con el fin de
convencerlos del éxito que obtendrán. El político estratega es seguro, confía
en el hecho de que su experiencia es suficiente para llegar a tomar la mejor
decisión posible y no mira si los que están al lado, lo hacen mejor o no, simplemente
observa como lo hacen y se lleva lo mejor.
Y tiene otra característica que marca la diferencia se implica emocionalmente en todo lo que
hace. Emocionarse no es antagónico a ser calculador con los movimientos o
decisiones que se toman, es una forma llana de ponerse en el lugar del otro. Y
el otro siempre es el que le dio la llave para poder ejecutar aquello en lo que
cree.
Mientras no
cambien las reglas del juego necesitamos más políticos estrategas vocacionales.
No olvidemos que la política de hoy va más de Monopoli que de Ocas aunque lo idóneo, para mí, la política la jugaría en un tablero de ajedrez.
El que no entiende el juego, simplemente
no juega.
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