Es habitual
y de forma inconsciente que las personas olviden sus palabras. Pero en política
el olvido tiene un alto precio y el adversario una gran memoria, sin omitir que
el ciudadano es oteador de las palabras y de los hechos.
Martin
Schulz candidato a la Presidencia de la Unión Europea del partido socialista
PES_PSE quizás no hubiera escrito jamás aquel tuit el pasado 23 de enero de
este mismo año, donde elogiaba las cualidades del actual gobierno español. “Felicidades al gobierno/pueblo español por
concluir el programa tras 18 meses. Animo a #Espana a seguir con las reformas y
a atajar el paro” si hubiera presagiado su futuro más inmediato. Y González
Pons número dos a la candidatura europea del Partido Popular jamás hubiera tenido
la oportunidad de “agradecer” la elocuencia de aquel tuit en beneficio de su
campaña.
Todo
comunica, incluido el silencio y en política es una máxima. Cualquier detalle muestra
el camino recorrido e incluso indica el punto del final del trayecto. El tiempo
en política fluctúa según el calendario electoral. Y el desafecto en la
ciudadanía marca el pulso de una realidad que la clase política y su entorno
aparentemente no llegan a detectar.
La audiencia
en los debates a las elecciones europeas es un claro ejemplo. Miguel Arias Cañete PP y Elena Valenciano PSOE con un
9´5% de cuota de pantalla y el debate a seis bandas la noche del pasado
lunes con un 4,2% bajando hasta un 3´2% en cuota de pantalla es una realidad
irrefutable del desinterés de la ciudadanía por la política a golpe de tecla de
un mando a distancia.
Caben todo
tipo de análisis, sin embargo el pulso ya no está en las calles, ni en las
audiencias, ni siquiera en las redes sociales aunque aporten un fragmento de la
realidad. Ya lo decía Alfred Korzybski “El
mapa no es el territorio” y nuestra realidad no es la realidad en sí, sino
una representación que nosotros tenemos en nuestra mente sobre la realidad, y
una representación es solamente eso, una manera de ver la realidad. El tiempo
ha cambiado la percepción e implicación de las personas hacia la política. El
interés ha decrecido no por la esencia de la política sino por el uso de las
personas que intervienen en ella. La política requiere escucha y precisa ser
bidireccional. El ciudadano está ausente ante la creencia de saber que no
existe otro discurso que el interés propio de la clase política. La misma clase
política que no traslada un discurso diferente y asienta con más ahínco la creencia
del ciudadano. Y mientras ambos van al ritmo inequívoco de la desconfianza
mutua.
El tiempo en
política se congela únicamente en época de campañas donde el recuerdo toma
protagonismo ante un futuro inspirador. Craso error de aquel candidato que
quiera ilusionar con lo que está por llegar, asentando sus argumentos con los
hechos del pasado. Sí, el tiempo y la política danzan al son de un tango a la
merced de sus protagonistas, al igual que “un pensamiento triste que se baila” según palabras de Enrique Santos Discépolo. La
sociedad y los políticos mantienen una relación emocional cada uno con su propia
entidad y solo cabe la esperanza que realizar una política diferente es
posible.
El tiempo no
se detiene. Al igual que la forma de hacer política tampoco. La innovación y el
cambio en la política solo tienen cabida desde el interior de las personas. La
política es lo que las personas hacemos de ella. El crecimiento personal es
clave para lograr una política responsable, comprometida y avanzar en una
trayectoria acorde con los valores de cada una de las personas que participan
en ella.
El tiempo
nos pide reflexionar y cuestionarnos para re-formular todo aquello que está
sucediendo en la sociedad a través de la política. Parece utópico aunque la
base de todo ello se asienta en todo aquello que llevamos dentro. Valores y
propósitos son los ingredientes básicos para trazar un plan de acción que
acerque la política a los ciudadanos desde unos principios ávidos por
permanecer en el tiempo.
Ahora es el
tiempo de las personas. Tanto de aquellas que están vinculadas a la política
como las que están enfrente viviendo sus consecuencias. La responsabilidad es
de todos. Hace falta romper la sensación “más de lo mismo” y eso solo se
consigue mirando desde otra perspectiva el problema, así como la solución del
propio problema.
Toda crisis
encierra una oportunidad de crecimiento y eso es una invitación a hacer algo
mejor. El mundo ha cambiado y ahora es momento de cambiar nosotros. Si el valor
real en la política se sitúa en los valores que la integran y el fin no es otro
que ocuparse de la actividad que se implementa en beneficio de las ciudades y
los asuntos de los ciudadanos, solo podemos ir en una única dirección. La que
lleva a la mejora de todos.
Si se
partiera de esa premisa no cabría oportunidad de crítica a las palabras de Martin
Schulz y solo habría ocasión a la generación de ideas, propuestas y mejoras
para el avance de todos.
El tiempo
solo marca el ritmo que la política debe bailar.
Mientras, la política elige el
estilo que quiere bailar.
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