Las
Administraciones Públicas se encuentran diariamente sometidas a la evaluación
no solo de los ciudadanos sino también por los propios miembros que la
integran, incluida la clase política que la dirige.
La Dirección Política en las Administraciones Públicas requiere unos matices
diferenciadores y específicos orientados a la consecución de los objetivos en
base al rendimiento de una serie de servicios públicos que benefician tanto al
cliente final, el ciudadano, como al cliente interno, los propios miembros de
la organización pública.
Alinear
las necesidades del dirigente político, con la dirección administrativa
evitando a su vez la fuga del talento y lograr lo mejor de cada empleado se
convierte en todo un reto.
Es difícil encontrar en la Administración Pública
jefes orientados al desarrollo personal, que se apoyen en técnicas y
herramientas que ayuden al crecimiento profesional (habilidades y competencias)
de sus colaboradores. Así
mismo el dirigente político se encuentra en una posición de poder, sin embargo
en ocasiones con poco margen de maniobra, por la escasez de conocimiento de la
propia administración o por el contrario por la falta de comunicación interna
basada en la ausencia de información o por los propios procesos internos de las
Administraciones Publicas. Y esto irremediablemente nos lleva a que la cadena
de valor del directivo político desaparezca.
Desde
el coaching político se logra aumentar la eficacia, la eficiencia y la
efectividad en cada uno de los procesos y servicios dirigidos a los ciudadanos.
Para ello, la motivación es imprescindible en una administración que se
encuentra “congelada” en un entorno de crisis dónde la inseguridad y la dificultad
para cuidar lo que se tiene es cada vez mayor.
El
coaching en la política fomenta un cambio, ayuda en la forma actual de hacer
política y como consecuencia impulsa el crecimiento de la sociedad. Activa la
generación de nuevos valores y la recuperación de los perdidos en beneficio de
la democracia y como consecuencia en la ciudadanía. Sin embargo, ante dicho
desarrollo del talento en las AA.PP nos encontramos fisuras que son necesarias
despejar para seguir generando el crecimiento de las personas que la integran.
En primer
lugar nos encontramos con el matiz divergente de los tiempos políticos. Los partidos comunican sus intenciones a
través de sus programas electorales, sin embargo no existe una obligación
tácita en el cumplimiento del mismo por el que se pueda demandar a los partidos
por su incumplimiento y la realidad de intenciones frente a la realidad del día
a día crea esa fisura entre el tiempo que necesita el político para cumplir sus
promesas y la necesidad ciudadana de seguir confiando. Emerge como si fuera “el
triángulo de la bermudas” un vacío entre los intereses y necesidades del dirigente
político, los funcionarios y los ciudadanos. Y esta situación solo es combatida
compartiendo la visión estratégica de los tres ejes con el único fin de crear
la confianza necesaria para ejecutar y cumplir los objetivos de cada uno.
El
político a su vez se encuentra con la valoración constante de su gestión y esto
crea otra nueva fisura, pues muchas veces se ve incapaz de diferenciar entre la
pura gestión y todo lo que tiene que ver con la burocracia. Existe una gran
desavenencia entre aportar valor a los intereses de los ciudadanos y saber
moverse entre los entresijos de la propia administración pública.
Para enfrentarse
a todo esto y muchos matices más el dirigente político necesita pararse, pensar, analizar y actuar
en consecuencia a las necesidades y los cambios que requieren las
Administraciones Publicas a través de las personas que la integran.
Por
todo ello cabe preguntarse ¿Es útil tener un coach interno en la administración
pública? ¿Quién puede/debe ejercer dicho desarrollo del talento?
Esta
era la base de mi desarrollo para la ponencia del próximo 29 de septiembre en Gigapp, sin embargo mi calendario personal de
revisiones oncológicas han hecho inviable mi asistencia al primer día de
congreso. Nos vemos el 30.
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